Nada como nacer de nuevo para mirar la vida con ojos distintos. Nací en 1978 y, en cada etapa que me tocó vivir, siempre sentí que los demás iban un paso por delante de mí. Sus experiencias eran otras. Algunos ya hablaban de sexo cuando yo aún creía que los bebés nacían solo por el hermoso hecho de que las parejas se amaban. Me sentía a un paso atrás. Aun así, continuaba tranquilo, viviendo mi vida con la seguridad de que los tiempos son diferentes para cada persona.
La cuestión es que llega un momento en que empiezas a agarrar carrera, como el juego del dinosaurio de Google cuando te quedas sin internet. A medida que pasas niveles, el dinosaurio acelera y no hay forma de detenerlo sino con un obstáculo que te hace chocar y perder el juego. Así mismo, comencé a acelerar y a vivirlo todo de golpe, sin miedo al éxito, como dice la frase.
En esa carrera acelerada, es innegable detenerse, porque la emoción constante de vivir una cosa tras otra te crea la adicción de querer más… y más… Pocos son los que hacen una parada, analizan, repiensan y continúan. No, eso no, porque pierdes el ritmo. Así fui agarrando velocidad hasta que me tocó chocar, y mientras más alta es la velocidad, más fuerte es el golpe.

Fue tan brutal mi golpe que la parada fue obligatoria. Sin pensarlo tanto, agarré fuerzas, me recuperé y volví a continuar. Pero cometí un error: decidí seguir mi camino con la marca que me había dejado aquel impacto tan fuerte. Las cosas empezaron a funcionar, sí, pero todo se volvía rutinario y dentro de lo mismo.
Fue allí donde me detuve por segunda vez —esta vez por cuenta propia—. Miré hacia atrás y me planteé la vida desde un principio, desde cero. ¿Qué pasaría si decidía borrar todo lo aprendido, liberarme de mis viejas creencias, conocer otros maestros, experimentar desde una zona diferente a la de siempre? Porque siempre tenemos la opción de cambiar de camino, pero lo que nadie imagina es que también existe la opción de renacer.
Hace nueve años volví a nacer y me bauticé como Anto. Aprendí a caminar de manera diferente; los miedos de niño me abordaban nuevamente, pero —como un niño—, no tengo noción del peligro y me lanzo, incluso sin paracaídas, a la aventura. Solo me impulsa la sencilla curiosidad de aprender y descubrir el mundo de nuevo.
