Hay tantos misterios que inundan los caminos del amor, tantas coincidencias que sorprenden cuando suceden… y es que, quizá, son meras situaciones del día a día que cualquier otra persona pasaría por alto. Pero el corazón, en su afán de darle sentido a las cosas, siempre encuentra un punto de apoyo para sostener ese sentimiento fuerte.
Un día, la vida me propuso descifrar qué se ocultaba detrás de la soledad. Aunque en ese momento no logré entenderlo, diez años después descubrí que fue uno de los mejores regalos que recibí.
Eran como las nueve de la noche. Veníamos en el coche, recogiéndonos de nuestras actividades diarias: yo, de mi trabajo como diseñador creativo, y ella, de una actividad temporal en la que se había comprometido. La noche estaba fresca, el viento calmado. No había necesidad de encender el aire acondicionado; el clima estaba más que perfecto. Pero había algo que no combinaba con el escenario: su silencio.
Siempre que veníamos en el coche, ella acostumbraba a contarme todo su día, como rebobinando una película. Y yo, sin perderme ningún detalle, la escuchaba y asentía con la cabeza, además de un sonido de voz para confirmar mi escucha constante. Pero esta vez no fue así… El silencio, que en un comienzo pudo parecer contemplativo, fue tornándose angustiante. A mí los silencios me gustan, pero en su justa medida.
Presentí que necesitaba decir algo, pero que no era algo bueno. Jarty (el corazón) puede ser muy alocado y despistado a veces, pero también es bien intuitivo a la hora de presentir algo que no es muy bueno. Es en ese momento donde acude a Breny (el cerebro) para que sea él quien tome la iniciativa y enfrente la conversación con palabras muy racionales.
—¿Sucede algo? —dije.
En ese momento, siento que me mira a la cara. Digo «siento» porque justo conducía y no podía despegar la mirada de la carretera. Quizá fue oportuno que estuviera manejando, porque así no enfrentaría esa mirada de dolor por algo que fuera a suceder. Breny siguió insistiendo, porque Jarty lo único que atinó a hacer fue escabullirse hacia un rincón del que no quiso salir, asustado por las palabras que se iban generando.
—Desde que subiste al coche estás callada, no dices nada y te he preguntado si sucedía algo y solo me miraste —insistió Breny.
Fue en ese momento de donde salieron las únicas palabras que recuerdo de aquel instante: «Creo que me equivoqué y me apresuré en mi decisión.» Todo estaba dicho. Jarty lo había intuido y Breny fue a por ello. Lo que sucedió después fue solo el desenlace de algo que para muchos fue inesperado, pero que para mí solo fue una lección práctica de la vida misma. Yo, que creí haber conocido a mi amiga soledad, resulta que desde ese momento comenzaba a descubrirla.

Hay mucho que contar y de seguro habrá más relatos que vayan enriqueciendo este pequeño trozo de vida, pero lo que quiero dejar claro hoy, después de una década de ese momento, es que el corazón tiene el juego claro y las piezas bien distribuidas. Y cada suceso que para nosotros es una coincidencia, simplemente es el resultado del juego que venía tramando Jarty desde hace mucho. La vida misma.